5.10.07

La tiza mágica

Hoy leyendo [LA OTRA AGENDA] me he encontrado con este bonito post. Al leerlo me ha venido a la cabeza un cuento con mucha fuerza que escuché hace justamente un año y no he aguantado las ganas de compartirlo porque me parece una verdadera joya y una preciosa metáfora dedicada a todos aquellos que creen en la magia. Va pues...
El poder para ser poder invoca al miedo. El egoísmo para ser uno de carne humana habla de la necesidad de uno solo. Y así, cada cosa de la vida, aunque no es lógica, discurre por un retorcido y pequeño hilo conductor.
Grita el mar con ronca voz y, sin remedio, todos los ríos del mundo le contestan en una permanente e irremisible deriva hacia el océano. Ordena la vida que la vida siga y nosotras y nosotros, como cachorros de esa grande e inabarcable señora, no podemos hace más que obedecer.
Pero no todos persiguen el orden del miedo ni los intereses de uno solo. Hay quien tiene el poder de obrar magia. Así, como la mar llama a los ríos, quien tiene magia en sus entrañas invoca a los seres y sentimientos que hacen que la vida, a pesar de todo, siga.
Sucedió no hace mucho, en el barrio periférico de Gama Leste, en Brasilia. Al caer la tarde, se llenaba aquel lugar de niños bulliciosos que vivían en la calle. Ellos y ellas sabían bien qué significaba el poder del miedo. Del miedo hecho policía o escuadrón de la muerte, que para el caso es lo mismo. También conocían que significaba el egoísmo. Lo contemplaban a diario y lo sufrían en su corazón y en su estómago.
Cayó la noche y las estrellas descendieron. Sus ojos eran luceros incandescentes, esperando que alguien, quien fuese, les dijera: “Venid, esto no es más que una pesadilla”. Y les ofreciera un mundo un poquito mejor.
Me senté al borde de la acera. Ellos estaban cerca de mí y me miraban con curiosidad. Un cachorrito de perro nos observaba a una distancia prudente mientras se rascaba las pulgas. Miré al perro y le silbé para que viniera a mí. Pero por más que lo llamaba no había manera. Uno de los niños se sentó a mi lado.
-¿Quieres que haga magia? -de inmediato contesté que sí. Sacó de unos de sus raídos bolsillos un pañuelo. Lo abrió y apareció una pequeña piedra de cal. -Es una piedra mágica. Solo tienes que saber dibujar-.
Dibujó un hueso en el suelo y silbó al perro. Para mi asombro, el cachorro movió la cola y vino hacia nosotros.
-Para hacer magia se necesita saber qué es lo que necesitan los otros. Si se lo das o le ayudas a conseguirlo, la magia aparece-. sonrió y siguió jugando con sus compañeros.
En otra ocasión, los vi a todos tristes y tirados en la estación de autobuses. Un compañero suyo había desaparecido. El chico de la magia dibujó con la tiza un montón de cuadraditos en el suelo. De inmediato, y algunos con lágrimas en los ojos, se pusieron a jugar. Así es el poder de la magia.
Me acerqué al chico de la tiza y le dije:
-Te compro un trozo de tiza mágica-. Partió un pequeño pedacito y me lo dio.
-La magia no se vende- me contestó. -La magia existe y se da. Solo hay que saber dibujar.
Desde entonces busco dibujantes que pinten un mundo nuevo. Yo lo intento todas las noches, pero no sucede, el mundo no se transforma. He descubierto cuál es la causa. Desde luego, no es que la tiza no sea mágica, es que yo soy un mal dibujante.

J. V. Barcia Magaz

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